martes, 22 de abril de 2008

Monjes, tuktuks y la banda de "Las Muñequitas"

Llevamos casi una semana en Luang Prabang, donde el día tiene sólo 3 o 4 horas. Tiene más, pero no sabemos donde se meten. A nosotros nos da el tiempo justo para desayunar, dar un paseo por la única calle de la ciudad (en el plano hemos visto más, pero no nos da tiempo de llegar), comer, echarnos un rato y, si nos acordamos, cenar. Carol tiene excusa, porque ha estado dos días con el estómago revuelto y tiene que recuperar sueño y fuerzas, pero yo me levanto cada día a las 6 de la mañana y aún así no puedo explicar qué hago con el tiempo.


Me despierto cada mañana con los gallos y con los tambores de los monjes, que anuncian la procesión matutina en la que reciben las ofrendas de los fieles y algunos turistas, las de estos últimos a veces en forma de flash-desprende-retinas. Desde el balcón del guesthouse, situado justo en frente de uno de los templos de la ciudad, me quedo a verles pasar mientras me desperezo. Ellos, que en su mayoría no tienen ni quince años, también llevan algo de sueño encima, y no me extraña nada que la ciudad esté repleta de carteles pidiendo algo de respeto y menos flashes. No sólo porque son molestos a medio metro de distancia, sino porque, según dicen los carteles, espantan a los fieles y los monjes se quedan sin su ofrenda de arroz para desayunar. En cualquier caso, yo tardo más en despejarme que ellos, y en cuanto me quito las legañas ya están haciendo sus quehaceres habituales: barrer el patio del templo, zascandilear y fumar en corrillos debajo de algún árbol. Yo me he figurado que la explicación a tanta juventud es que Laos sigue siendo un país formalmente comunista, y que sólo hace unos años que volvió a permitir el culto religioso, así que no ha dado tiempo a formar monjes veteranos. En ese pensamiento puedo ocupar bien bien otra hora, la que necesito para levantarme de la tumbona del balcón para volver a ir a la habitación. Si Carol ya anda despierta la espero y nos vamos a desayunar, y si no me voy yo sólo y vuelvo al cabo de una o dos horas a ver que tal.


Cuando salimos del hotel las cafeterías y restaurantes ya llevan un rato abiertos, así que nos sentamos en el primer sitio que nos parece y nos pedimos nuestras tostadas, zumos, huevos fritos o lo que sea. Entre que nos lo sirven y nos lo acabamos el calor empieza a apretar, así que nos lo tomamos con calma mientras vemos a la gente pasar. Aquí las aceras son para los turistas, y las calles para los laosianos, que van siempre en moto o bicicleta, y muy pocas veces andan. Mientras desayunamos yo me dedico a practicar el "barrido de cámara" con los vehículos que pasan, especialmente con las motociclistas que llevan sombrillas de colores, pero generalmente salen mal. Tampoco me importa mucho, la verdad. Mientras, Carol lee su libro de turno y me va explicando las muchas maldades que hemos ido cometiendo los occidentales en general y los americanos en particular por el sudeste asiático. País al que vamos, país al que han bombardeado masivamente. Aquí en Laos no pueden cultivar en casi ningún sitio porque casi todo anda plagado de minas y bombas de cuando los norteamericanos perseguían vietnamitas. No se cuanto dinero gastarían en su momento buscando armas de destrucción masiva en Irak, pero seguro que aquí las encontraban con mucho menos esfuerzo, y además seguro que iban acompañadas de instrucciones en inglés.


A medio desayuno llega la hora de los estudiantes. Los primeros días de estar por aquí todavía andaban con las fiestas de año nuevo, pero desde hace un par de días les toca volver al cole, como al chaval que lleva nuestro hotel y que cada día que le decimos que nos quedamos un día más pone caras más extrañas. Como en Luang Phrabang sólo hay una calle y los colegios andan más o menos por el medio, todos los niños pasan por delante nuestro para llegar allí, siempre en bici o en moto independientemente de que tengan 4 o 16 años. Los que llegan pronto se dedican a jugar al "chancletazo", que parece que es como las canicas pero con chanclas. Ponen un fajo de billetes a veinte metros y por turnos le tiran las zapatillas. El que les da se los queda, y si nadie acierta vuelven a tirar desde donde ha caído la chancla. Algo así. Cuando nos levantamos de desayunar ya casi es la hora de comer, y hace tanto calor que sólo nos queda ánimo para hacer las gestiones de rigor: ir a la oficina de cambio, a enviar paquetes a correos, a conectarnos a internet o dar una vuelta por el mercadillo para comprar algo que se nos olvidó comprar el día de antes. A veces hasta nos aventuramos hasta el Mekong para ver las barcas que nos llevarán al norte. Por el camino los tuktukeros nos ofrecen excursiones a sitios que aún no hemos tenido tiempo de mirar en la guía, así que les decimos que no. Nos ofrecen otras cosas que venden en bolsitas y también les decimos que no. Yo cada vez que veo a un tuktukero con el coche vacío me lo imagino llevando a Roldán, con su camisa tropical, su gorrita de gordito, gafas de sol y agarrado a un saco de dinero bien gordo al lado. ¿Les negociaría el precio como hacemos nosotros? La verdad es que en su momento me pareció que robar miles de millones para luego tener que fugarte a un sitio como Laos (que entonces estaba en Africa, no se como se ha movido hasta aquí) era un poco triste, pero ahora ya no lo tengo nada claro.


Nuestra rutina sigue, y dependiendo de lo que duren las gestiones nos vamos a comer a eso de las tres o a merendocenar a las cuatro y pico, cuando la gente ya anda cenando. Si se da el último caso y nos pilla la caída de sol y la luz bonita en el restaurante, nos hacemos el firme propósito de salir a tirar fotos a esa hora el día siguiente, pero aquí los planes son muy difíciles de cumplir. Tenemos menos tiempo que un prejubilado de telefónica. En cuanto empieza a ponerse el sol nos damos un último paseo y nos metemos en el mercadillo nocturno, donde Carol estudia detenidamente las fundas nórdicas Laosianas y yo me entretengo devolviendo sonrisas a las dependientas. La verdad es que en ese sentido es el mejor mercadillo en el que me he metido, porque la sonrisa laosiana es incluso mejor que la tailandesa, totalmente contagiosa. Creo que aún no me he cruzado a nadie por la calle que no devolviera una sonrisa. Dos bolsas de colchas y 400 sonrisas después nos vamos a cenar o al hotel. Con un ritmo de actividades tan ajetreado nos debemos gastar alrededor de 15 € al día cada uno, y eso que en el hotel (teóricamente un guesthouse), tenemos aire acondicionado, ducha con agua caliente, tv, terraza con vistas al templo, etc... Lo de haber hecho un presupuesto al principio del viaje nos ha ido muy bien en sitios caros donde teníamos que controlarnos, pero en sitios como Luang Prabang, donde dan ganas de darle a la gente todo lo que llevas en los bolsillos, ir sobrado es peligroso, porque además tienen cosas chulas en el mercado. En otros sitios Carol regatea hasta la extenuación, pero aquí, donde las vendedoras son niñas de doce años tímidas como ellas solas o viejecitas sonrientes(tanto unas como otras de la tribu Hmong y con una estatura constante de 140 centimetros), relativiza el precio con lo que cuesta en España y dice "si es que son menos de dos euros por unos pantalones" , y se los queda a la segunda. Creo que van 15 o 20 veces que oigo esa frase en 4 países distintos.


Pero oficialmente el que lleva mal lo de decidir que no soy yo, y aquí lo paso peor que de costumbre. Aunque en realidad no tanto, por dos motivos. En primer lugar porque aquí no acosan al turista, y a la que dices "no" dejan de insistir sin siquiera perder la sonrisa. Pero es que lo de la sonrisa es precisamente lo que te da ganas de comprarles, y aquí viene el siguiente motivo, que es que estoy tan a gusto que me parece que gastarme 15 € al día aquí, cuando en Australia, donde no lo necesitan, nos hemos gastado 70 sin disfrutarlo ni una cuarta parte, es un pecado. Y por otra parte también da rabia pensar que el 90% de tus gastos va a las manos de los hoteleros y de los dueños de restaurantes, que no deben de ser precisamente los más necesitados ( o ni siquiera Laosianos). Carol por lo menos contribuye comprando una manta en cada puesto, pero yo no hago gasto ninguno. Total, que he asignado una parte de mi presupuesto (secreto hasta ahora) diario a propinas, compras innecesarias, timos y similares. La primera partida la dejé bajo la sábana del hotel que dejamos el primer día debido al ruido de las obras de al lado. Un euro o dos, lo justo para que alguien se llevase una pequeña alegría. Luego dejé que el chaval del otro hotel me cobrara un par de días en moneda local con un sobrecargo de un 10% aproximadamente. También es cierto que le habíamos (Carol) regateado un 40% del precio oficial del hotel. En el mercado y en los tuktuks, en plena pelea (de Carol) con los locales alguna vez he negociado al alza, por "error". Los 30 o 40 céntimos no son nada comparados con las miradas asesinas de Carol, os lo puedo asegurar. De todas formas no estoy nada seguro de que este asiento contable haya servido para algo más que para hacerme la vida un poquito más relajada, sobretodo en el caso de la banda de "las muñequitas" y en el del monje Ken, alias "mi hermano pequeño". Empiezo por "las muñequitas".


La banda la forman seis o siete niñas y niños de entre seis y doce años, a cual más mona/o. Andan con una cajita con muñequitos tipo "baturrico" pero en Laosiano, pulseras y cosas varias que intentan encolomar a los turistas a base de vocecitas y pestañeos manga. Yo cometí el error de comprarle una baturra laosiana a una niña cuando los demás de la banda no miraban, pero en cuanto se enteraron vinieron todos a la carrera con cara de "ah vale, le compras a ella, que es la más mona y a nosotros que nos parta un rayo.." y se sentaron a pestañear alrededor mío. Uno de ellos, el único que tenía un poco pinta de malote, me quitó la muñeca y no me la quería devolver hasta que no le comprara otra a él. Mientras, una de las niñas me decía que no, que a el no que era muy malo. Como mi presupuesto no llegaba para cinco muñecas más utilice un truco que aprendí de mi gato cuando le acosaban los perros del vecino: hacerme el muerto. Al cabo de un rato de quedarme callado mirando al suelo se fueron todos los niños, pero se quedó uno con cara de buenazo con el que me quedé hablando un rato. Y al final, claro, le compre una pulsera. Pero antes de acabar la transacción nos pilló el malote, y les dije que se repartieran el dinero, aunque pensando que no me entenderían. Vaya que si me entendieron. El malote se puso a perseguir al buenazo, al que sacaba media cabeza, para que le diera su parte y este contratacó tirándole toda la caja y su contenido a la carretera. El malote, que por lo que vi no lo era tanto, se quedó allí compungido recogiendo sus cosas y aguantando las lágrimas. A mi me dio un pinchazo de esos de espíritu y me fui a ayudarle, y cuando ya lo teníamos todo recogido hice intención de gastarme el resto del presupuesto en una muñeca, pero el tío me la puso a 5 veces el precio original aprovechando el momentum emocional y cuando le intenté regatear me dijo todo serio que no, que no le interesaba. Total, que me fui de allí con más cargo de conciencia que el trío de las azores todo junto. Eso sí, después todos los días que me lo encontraba me saludaba tan contento, y un par de veces lo vi dando vueltas con una vespino, así que la cosa no le debe ir mal del todo.


Lo de mi "hermano pequeño" (no confundir con la canción de Los Planetas) es al parecer un clásico que en algunas páginas de Internet catalogan de trampa turista budista número uno. La trampa consiste en que un monje se sitúa estratégicamente en un marco incomparable de la zona esperando a que llegue un turista con una cámara que le pida permiso para tirarle una foto. A partir de ahí se entabla conversación y el monje, generalmente un chavaluco, te invita a su templo donde te enseñará como viven, podrás tirar todas las fotos del mundo y te enseñará como hacer ofrendas, en las que podrás darles comida, útiles y, sobretodo, dinero, que es lo mejor dado que lo revierten directamente en el templo. Y te dice que si, por favor, le puedes llamar "hermano pequeño", que a el le gustaría llamarte "hermano mayor". Y que le envíes la foto impresa a sus padres por correo, que hace mucho que no los ve y les hará mucha ilusión. En este caso, el monje se llamaba Ken y su hermano mayor se llamaba Alberto (o "Uiburito" en laosiano). La verdad es que a timo no llega, porque el chaval te deja bien a las claras lo que quiere, y con la misma cara que ponemos en España cuando escribimos la carta a los reyes magos. Y si toca la lotería, pues toca. Por lo que dicen en internet luego en el templo pueden aparecer hermanos enfermos que necesitan operarse y otros asuntos que necesitan solución pecuniaria, lo que ya es un poco más violento (independientemente de que sean ciertos o no), pero yo ya no lo viví. Supongo que conseguir donaciones sin poder recurrir al infierno, la excomunión y esas cosas debe ser un poco difícil. En realidad, me iba a dejar engatusar para ver el templo y ya tenía meditada una "donación" que encajaba en el presupuesto (que seguramente iría a tabaco o gasolina para la moto), pero por motivos que todavía no logro entender se nos ha pasado el tiempo volando y no he tenido tiempo de ir. La foto intentaré enviársela desde la próxima ciudad donde estemos, a ver si hay suerte. De momento la cuelgo aquí.



Pues eso, que mañana nos vamos hacia el norte y en Luang Prabang no hemos hecho nada de nada mas que amodorrarnos sin solución de continuidad.


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P.D: Ah sí, que si que hemos hecho algo. Un mediodía nos pusimos el bañador y nos fuimos en tuktuk a unos saltos de agua que hay a unos 30 km de aquí. Son las primeras cataratas que hemos visto durante el viaje que merecían la pena, con sus pozas de agua turquesa y todo, en medio de la jungla. Además de 20 o 30 turistas más hemos coincidido con un grupo de monjes, que se han puesto morenos a base de flashes. La verdad es que tienen que estar de los turistas hasta la coronilla.


P.D2: Por segunda vez y sin que sirva de precedente las fotos del post son mías.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

"...utilice un truco que aprendí de mi gato cuando le acosaban los perros del vecino: hacerme el muerto..."

jeje que gracia me ha hecho! :)

descubri vuestro blog por azar saltando de una pagina a otra en busca de informacion para un viaje a china que estoy preparando para octubre si toda va bien

me he enganchado a vuestras historias y despues de tanto tiempo pasando por aqui me apetecia dejaros un saludo

Natalia desde Burgos

jano dijo...

Alberto, no digas que hay gente insinuando que ademas de usar fotochop estas metiendo fotos que no son tuyas en el foro.. :)

Isabel dijo...

No me digas que habéis caído en la trampa de las colchas nórdicas laosianas, ¿es que leer mi blog no os ha enseñado nada?

Muchos besos,
Isa

Carol dijo...

Hola burgalesa! Como bien ha dicho Alberto por ahi en otro post nos hace mucha ilusion que nos saludes. Cuando miramos las estadisticas nos salen visitas de Burgos y a excepcion de un descastado que conocemos por ahi el resto no sabemos de donde vienen.

jano, es que ya ni las fotos, estoy cayendo en picado :D